La tormenta que arrasó el sur de Koh Phangan

por Isabel

Pocos días después de la famosa Full Moon Party del pasado 23 de enero, dos sistemas tormentosos, provenientes de China y de Myanmar, alcanzaron las tranquilas costas del golfo de Tailandia. Nosotros, que nos encontrábamos en el sur de la isla de Koh Phangan, nos pilló en el epicentro de la tormenta.

Era un domingo cualquiera. Habíamos pasado el día en la playa, bañándonos, leyendo y tomando el sol. A eso de las 7 de la tarde, cuando estábamos cenando en el restaurante de nuestro hotel, empezó la gran tormenta que iba a tenernos aislados durante los siguientes días. Llegó de la nada, sin avisar y lo hizo con tal intensidad que nos pilló a todos desprevenidos. Yo he vivido varias tormentas tropicales pero nada como esto. En menos de 10 minutos empezaron las lluvias torrenciales, que se llevaban indiscriminadamente todo por delante, un intenso vendaval que hacía temblar las delgadas paredes de bambú de nuestro bungalow, y el mar embraveció tanto que llegaron a crearse olas de hasta 4 metros de alto, que literalmente hicieron desaparecer la playa.

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Durante las siguientes 48 horas, donde las imágenes de turistas bañándose y tomando el sol eran comunes, ahora solo se veían playas desiertas, donde el color parecía haber desaparecido. Toneladas de basura arrastradas por las olas se iban acumulando en la orilla. Los restaurantes, donde se apilaban montones de mobiliario destrozado, estaban inundados por el agua, y todos nosotros atónitos y en silencio. Un silencio sólo interrumpido por el ronroneo casi instintivo (y en este caso, también exagerado) de la palabra tsunami en la mente de todos. Un silencio que reflejaba la incertidumbre de todos.

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Impacta ver lo vulnerable que es este lugar y sus habitantes al tiempo y cómo afecta sus vidas. Tras la tormenta, los restaurantes estaban vacíos, nadie se atrevía a salir de sus habitaciones, porque aunque la lluvia había cesado, el viento seguía soplando con más fuerza que nunca. Por cómico que pueda parecer, uno de los grandes miedos en esta situación era que un árbol, especialmente un cocotero, se te cayera encima, porque no eran pocos los que ya se habían caído. Así que mientras tanto nos entreteníamos como podíamos en nuestras habitaciones donde pasamos horas y más horas esperando que la tormenta calmara.

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La cosa no parecía mejorar en las próximas horas por lo que era común ver a los locales con las miradas perdidas en el mar posiblemente preguntándose qué hacer. El único que parecía frotarse las manos y disfrutar de la situación era el conductor del único taxi (o songthaew) de la zona. Los barcos, que es el transporte más habitual para llegar hasta aquí, se habían cancelado por completo por lo menos para el resto de la semana (y estábamos a martes). La carretera había estado cortada durante un tiempo pero parecía que era posible circular de nuevo. Eso lo convirtió en el único modo de abandonar la playa. El precio normal del trayecto en taxi es de 300 baths, pero al verse como el rey del cotarro y salvador de la desgracia ajena, el buen hombre decidió empezar a cobrar la insultante cantidad de 1000 baths (unos 25 euros) por persona. El trayecto, que dura unos 20 minutos, ahora costaba más que el viaje de 15 horas a Bangkok. A pesar de excepciones como esta, los trabajadores, hoteleros y todos los locales se esforzaban al máximo en mantenernos informados en todo momento.

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Durante todo este tiempo de caos, algo extrañísimo ocurrió añadiendo aún más desconcierto a la situación. En el pequeño camino que une las playas de Haad Tien y Haad Why Nam hay construido un precioso laberinto espiritual. Estos caminos de piedra en forma de espiral son utilizados como herramienta espiritual y de meditación. Tras la tormenta a todos nos sorprendió ver como una de las altísimas palmeras que se alzaban a su alrededor había caído justo en el centro del laberinto, destrozando todos los objetos decorativos que la gente había ido dejando.

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Pasados unos días el mar parecía ir calmándose y el sol se hacía camino entre las nubes. A pesar de esto ninguno de los barcos había vuelto a navegar, así que un amable empleado de uno de los hoteles se ofreció a llevarnos en su coche por 400 baths, librándonos así de ser estafados por el señor del taxi de oro. Las condiciones de la carretera eran lamentables, completamente encharcadas y llenas de barro. A pesar de los momentos de tensión que vivimos en los que la furgoneta, gracias a la destreza del simpático conductor, que ni la del mismísimo Carlos Sainz, nos dejaron sanos y salvos en Haad Rin.

Toda una aventura que sin duda no olvidaremos y que acabó con nuestros días de calma en Koh Phangan. Había llegado el momento de salir en busca de nuevas aventuras, esta vez en el norte de esta preciosa isla.

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